Cuando yo no era más que un tierno enano inocente solía jugar con mi querido amigo Miguel Alejandro y mi querida amiga Ani. Cierto día estabamos manteniendo una de nuestras inmensamente profundas charlas de niños, cuando oimos el tenebroso rugido de una moto arrancando. En ese mismo momento vimos doblar una esquina a un gatito muy pequeño que, acto seguido, se dirigía hacia un poco más allá de nosotros. El gatito venía corriendo con ese delicado correr de los gatos con sus patitas rozando delicadamente el suelo y con la expresión fría y dulce característica, cuando la moto lo arrolló. Se enganchó entre la rueda trasera y el motor y cuando se soltó dió varias vueltas de campana para caer semi-inconsciente a nuestros pies. Empezó a salirle una sangre espesa por la nariz, sus ojos estaban vidriosos, era una escena bellísima. En ese momento, le miré a los ojos, y pude ver a la muerte cara a cara. A veces hay tanta belleza en el mundo, que siento que no lo aguanto. Después de un funeral "digno de un gato" (¿?) nos marchamos... y seguimos rememorando esa anécdota durante mucho tiempo
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