Hará unos cinco años, cuando yo no era más que un joven inexperimentado una de las muchas malas influencias que tenía me entrego dos semillitas de marihuana preciosas. Las planté, brotaron, les puse nombre, me encariñé con ellas, las llevaba al parque a jugar con las demás Marias... incluso les construí una casita de plástico transparente. Todo era maravilloso. Cierto día decidí regarlas con fertilizante... mi madre tenía un botecito y me lo dejó, las empapé bien con el fertilizante y me fui muy contento y deseando ver cómo crecían. Al día siguiente cuando me disponía a saludarlas estaban muy desanimadas, el tallo se había doblado, sin fuerzas y las hojas descansaban sobre la tierra, con los ojos enjugados en lágrimas me preguntaba qué había podido ocurrirles, y quién sería tan malvado de hacerlo. De súbito una idea repentina cruzó mi mente... ¿Y si...? Fui a toda prisa a donde mi madre guardaba sus trastitos y cogí el bote de fertilizante. Limpié el barro seco que quedaba adherido al bote y lo ojeé rapidamente... Caí al suelo de rodillas: Diluir en 10 partes de agua por parte de fertilizante. No podía creerlo... No quería creerlo... Se habían quemado... No podía hacer nada por ellas
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